Aprendizaje y autonomía en el arte espiritual andino

Elvira Pujol Masip
Seminario de Arte Espiritual Andino con los maestros Juan e Iván Nuñez del Prado
Organizado por Maria Andrea Marotti Antico (Asociación Tawantin)
febrero de 2016

 

La reciprocidad es el principio fundamental del arte andino. Todo en el universo está regido por este principio y según la tradición la calidad de nuestra propia vida la podemos medir a través de él. Así toda acción tiene consecuencias y uno recibe en la medida que da y se hace responsable de su vida. El arte andino es un arte místico que trata de establecer esta relación de reciprocidad llamada Ayni con toda la energía viviente que conforma el cosmos y que se fundamenta en el aprendizaje de saber quien soy yo, donde estoy y cual es mi poder personal, es decir lo que soy capaz de hacer.

La práctica del arte andino abre la posibilidad de conexión y experiencia directa con lo sagrado, una conexión que no requiere de mediación. Tampoco está instituida la figura del gurú, si no que –más bien al contrario– se fomenta la autonomía. El aprendizaje transcurre en siete niveles de conciencia. En los cuatro primeros niveles uno puede ser iniciado a través de un maestro o paqo el cual transfiere al discípulo todo su poder personal. A partir de ahí el iniciado debe poner en práctica las enseñanzas y seguir su propio camino. Es un arte que no implica dependencia a una tercera persona, ni una mediación con lo divino, ni una práctica institucionalizada para su desarrollo. A diferencia de otras prácticas y enseñanzas el arte espiritual andino pone a trabajar el valor más importante para la tradición y que es según Don Juan Nuñez del Prado la capacidad de aprendizaje del ser humano. Bajo esta premisa la vida misma es entonces el proceso de desarrollo de nuestras capacidades.

Frente a tradiciones herméticas la tradición andina es por el contrario una tradición abierta e inclusiva, que no solicita la exclusividad de su práctica, si no que invita a vivir la experiencia de lo sagrado en todas y cada una de las religiones, creencias y vivencias de este mundo. El cuarto nivel de conciencia conlleva la necesidad de esta relación directa con lo trascendente, y se encarna en la figura del místico. En este nivel se trascienden todas las teorías, filosofías, creencias y religiones. Uno crece en la medida de lo que comparte. El respeto por lo diferente abre la posibilidad de aprender de la diferencia. Y este es el tipo de relación a cultivar y a trabajar, porqué constituye una realidad más compleja que el intercambio entre iguales. Sería el equivalente al concepto taoista de la unidad de contrarios, el ying y el yang, o que la perspectiva oriental china y japonesa. El tipo de relación de armonía entre lo heterogéneo, recibe en la tradición andina el nombre de Yanantin y está representada por la integración de las dos polaridades, energía femenina y energía masculina. En occidente las relaciones están más parceladas y acotadas, tendemos a establecer relaciones con lo igual produciéndose un intercambio entre similares que resulta más fácil, también más directo y simple.

El Ayni es también la forma de vida de los pueblos originarios andinos y en su traducción del quechua significa cooperación y solidaridad recíproca, alude a una forma de relación comunitaria y de ayuda mútua sobre la que se sustentan los miembros de un Ayllu o comunidad. Esta relación de reciprocidad social es según la cosmovisión andina, el reflejo del principio que rige la naturaleza y el universo y se mantiene mediante la sacralización de la vida, el cuidado, el agradecimiento y el respeto de todas las formas de vida. La práctica del Ayni garantiza el buen vivir de la comunidad. Del mismo modo al ser humano se lo concibe como persona estrechamente ligada a su grupo, a su Ayllu. A diferencia de occidente el individuo no está considerado como un ser independiente de la comunidad que le da sustento, si no que su desarrollo está estrechamente vinculado a él. El Ayni practicado por los indigenas es además una poderosa herramienta para la sobrevivencia de su cultura y de su modo de vida.

La transmisión de la enseñanza tradicional andina es oral, de maestro a discípulo. La relación entre ambos es acotada en el tiempo, su duración ocupa el período estricto en el que se transmite la tradición. Pasado ese tiempo el maestro se libera de su cometido y da por concluido su trabajo. Es elección del practicante establecer su propia práctica a partir de la enseñanza recibida, liberándose a su vez de la tutela del maestro. Esta autonomía otorga al discípulo la posibilidad de andar su propio camino de experimentación con lo sagrado a partir de las enseñanzas. Su evolución dependerá de su práctica. En todos los casos hay un principio universal, y es que la práctica da el dominio de este arte.

El enseñar la tradición es por otra parte una forma peculiar y potente para mejorar y afinar la práctica. Se establece una relación de Ayni, el maestro está dando y lo que transmite es su propia experiencia y recorrido, sus palabras devienen Rymai. El maestro transmite la enseñanza completa y se desvincula, no pretende ser un gurú, ni pretende la obligación hacia él de la persona iniciada. Esta es la finalidad de la iniciación la autonomía frente al maestro: Camina tu camino. En palabras de Don Juan Nuñez del Prado la corresponsabilidad frente al maestro es a partir de entonces de igual a igual. “En el conservatorio te dan la teoría de los colores, la luz, te enseñan a manejar el pincel… pero a pintar aprendes pintando. El iniciado no pertenece al maestro, ni forma parte de su iglesia. El maestro no es un mentor ni puede hacer crecer a nadie a golpes. El maestro da su grado, su iniciación, la calidad de su energía, todo su conocimiento, lo que ha aprendido de sus maestros y lo que ha aprendido por sí mismo. Lo da todo, por tanto se considera que el iniciado está habilitado para seguir él solo. El tema del guru por desgracia ocurre en los niveles segundo y tercero, cuando el maestro se gusta rodearse de un consorte numeroso de personas”.
En la mayor parte de las tradiciones espirituales la persona que encaja debe formar parte de una institución y trabajar para ella ordenándose cura, monja, sacerdote, lama… En la tradición andina por el contrario se da absoluta autonomía. Las reglas se las pone cada cual, no hay nadie por encima que ordene, uno debe encontrar su camino por sí mismo. Se trata de un aprendizaje desde la libertad plena, la práctica de un arte entregado al proceso creativo de nuestra propia evolución.