Casas replicadas y coches de gama alta aparcados. Anochece al oeste de Getafe. Entre los estrechos callejones se dibuja un bosque enigmático de grúas detenidas. Llegamos a lo alto de la loma. Ante nosotros emerge una constelación de estructuras sin forma. Esqueletos de edificios acumulados de promociones abandonadas. Construcciones carentes de tiempo. De plazos desatendidos, de entregas aplazadas. Promociones en tránsito de viviendas en espera. Un umbral constructivo medio muerto y medio vivo. Lugares zombis con los que no es posible una interlocución. No habla una lengua urbana, no acoge sino potencialidades de vida latente.
Caminamos en la penumbra. Espíritus fantasmales deambulan por entre las estructuras huecas. La empresa de vigilancia se protege en garitas de obra ante televisores siempre encendidos. El parpadeo de las luces rojas de las grúas resiguen la sombra siniestra de la desorientación presente. Franqueamos la valla de control buscando la salida, todavía abrumados por las visiones espectrales de la tarde. Las farolas de la rotonda abandonada nos iluminan hasta el coche.