#Seseña

Una isla turbadora. Los bloques se levantan oscuros rodeados de un mar de tierra yerma. Un condominio en medio de la nada. Atravesamos el cercado. La rotonda celebratoria nos da la bienvenida. Un monumento alegato en honor a la familia con el nombre del constructor en letras doradas. Residencial Francisco Hernando. Paco el Pocero. Entramos en la macro urbanización de Seseña el último reino de la especulación inmobiliaria.

 

Nos adentramos por un amplio boulevard. Medio arbolado, con bancos, farolas y grúas mustias. A nuestra izquierda los bloques. Las persianas cerradas a cal y canto. Nadie habita este lugar. No está garantizado el suministro de agua, ni las infraestructuras mínimas para los 13.508 pisos que se querían construir. Una presencia fantasmagórica recorre las calles. Llegamos hasta el extremo de la avenida. Solares vacíos. Pasamos ante el parque del macroproyecto, que lleva el nombre de la madre del promotor. Sólo tres modelos de edificios construyen la ciudad.  Bloques iguales en dimensión, color y forma. Su replica en todas direcciones nos provoca un desconcertante aturdimiento cuando empezamos a circular por sus calles desiertas.  Toda una parte de la ciudad permanece deshabitada. Cercas de obra impiden el paso rodeando manzanas enteras, que son idénticas a las supuestamente ocupadas. Una sola empresa constructora levanta la ciudad, unos pocos modelos arquitectónicos la construyen y el resultado es una insuperable imagen del espanto.

 

¡Si hay vida! Una mujer pasea su perro. Algún coche aparcado.  Entramos en la zona habitada. Hay pisos en venda y carteles que anuncian locales en alquiler.

 

–Por el precio de un cuchitril en Madrid aquí tienes un pisazo– nos comenta el Sr. Andrés en uno de los pocos bares de la urbanización regentado por chinos. Propietario de un piso en Seseña y trabajador municipal de la limpieza, el Sr. Andrés nació y vivó durante décadas en Lavapiés. –Yo no echo nada en falta. Esto es lo que es y te tiene que gustar– dice convencido. –Aquí hay de todo. Rumanos, chinos, marroquíes. Todo muy tranquilo– añade. Y así es, pues según constatamos más tarde solo hay unas 750 almas censadas en este islote del ladrillo.

–La mayoría de los residentes son los trabajadores del Pocero, los que levantaron este lugar– continúa el Sr. Andrés. –Él les dio trabajo y casa. Y a él le debemos que podamos vivir como vivimos. Los acabados y los mármoles de estos pisos, un auténtico lujo. Si lo prefieres también puedes alquilar. Hay pisos de cuatro y cinco habitaciones, hasta 210 metros cuadrados. Un chollo como nunca un trabajador pudo soñar. Te compensa. Eso sí necesitas coche para moverte. Muchas tiendas no hay. Ahora han abierto un chino que tiene de todo y te hace el apaño. La tienda más cercana está a 11 Kilómetros. Tenemos dos autobuses públicos al día, uno por la mañana y otro por la noche. Pero hay que andar un buen trozo. Dicen que van a poner un tren. Eso está por ver. El AVE y la autopista nos pasan por detrás. ¡Esto te tiene que gustar! Y no es que no haya agua– nos advierte. –Eso es mentira, los medios lo lanzaron así. Los pactos han sido otros. Políticos corruptos y constructores de sueños se han beneficiado para el bien del pueblo. Estamos a la espera de que den el agua– concluye Andrés dando el último sorbo a la jarra de cerveza.