Construir – derribar – construirnos. Crónica WO#2

Construir – derribar – construirnos.

Crónica ATP Way out #2 Cerro del Tío Pío, Madrid – Turó del Carmel, Barcelona

Hay lugares que para reconocerlos hay que deshacer su historia. Realizar un ejercicio que haga retroceder los hechos que los han configurado y muestre las situaciones esenciales que los condicionaron y que ahora no vemos. Múltiples capas de transformación les afectan y ahora se muestran con un carácter amable, con unos usos domesticados que alejan cualquier vinculación a conflictos y dificultades manifiestas. Estos conflictos, a pesar de los esfuerzos para olvidarlos es necesario que se muestren de alguna manera. Aunque no los queremos ver, continúan afectándonos en nuestra conciencia e incluso en las sensaciones que experimentamos en estos lugares. Superar las dificultades y los conflictos es necesario y resulta un síntoma de salud social, olvidarlos o ignorarlos es algo que no nos lo podemos permitir. Muchas dinámicas urbanas nos imponen el olvido, la clausura de cualquier conflicto pasado o presente. La pacificación neutra de la identidad se hace imprescindible para las políticas que nos quieren sólo como consumidores o ciudadanos dóciles. La construcción de una identidad saludable precisa de heridas curadas, pero visibles. Demuestran que conservamos la memoria de los golpes y ejercemos la fuerza propia para superarlos.

Estamos en el barrio de Puente de Vallecas en la zona sur de Madrid, un área densa y dinámica en diversidad cultural. Un ejemplo de la riqueza que esta gran metrópoli congrega, personas venidas de todas las partes del mundo que se acomodan como pueden en una ciudad dura y socialmente segregadora como pocas. En la zona del sur de Madrid esta diversidad cultural se superpone a una historia social rica en oposiciones reiteradas, en múltiples luchas. Avezada en superaciones frente a un modelo burgués y clasista que controla los aparatos del estado, pero no los designios de una ciudadanía libre que ha luchado por cada pequeña o gran conquista. Es esto lo que conoceremos hoy y lo hacemos guiados por Carlos Ruiz Balaguera, artista sensible y comprometido con el trabajo de hacer de la creación colectiva y comunitaria el ejercicio de articular el arte en el lugar donde vivimos. Lo hace por conciencia y continuidad con una tradición propia, la que viene de la Escuela de Vallecas de Alberto Sanchez y Benjamín Palencia, y llega hasta la conciencia de la creación popular gestada en los barrios de la precarización de los 50 a los 80 y resiste en la especulación desatada del presente.

Visitamos con él el Cerro del Tío Pio, que es ahora un parque urbano cuidado y de topografía accidentada. Vemos hasta 7 colinas voluminosos -las 7 tetas, como las llaman los vecinos- que no son sólo un recurso paisajístico. Estas modeladas colinas corresponden al acopio de escombros resultado del derribo del barrio de chabolas que se asentó en este lugar. Fue el lugar de realización personal de multitud de personas que llegaron a la ciudad en busca de trabajo y recursos que no encontraban en los lugares donde vivieron. Un éxodo del campo a la metrópoli alimentado por el crecimiento desmedido de la capital que el franquismo propició. El ejercicio de la habitabilidad mínima que las situaciones de pobreza extrema permitían, consolidaron este barrio informal según la regla oficial urbana, pero imprescindible para la necesidad de las personas que lo ocuparon y también construyeron. Una implicación de autogestión ligada a la necesidad y soportada por una fuerte complicidad comunitaria. El barrio que no se podía rehabilitar, desapareció a inicios de los años ochenta ya en la democracia municipal. Fue el resultado de la fuerte lucha vecinal y de una conciencia de clase que forjó unas condiciones más dignas de vida, con la conquista de los servicios necesarios compartidos. Los que acaban haciendo de la ciudad una construcción colectiva, algo más que una suma de propiedades individuales autónomas.

En paralelo en Barcelona, seguimos exactamente la misma historia en el Turó de la Rovira. En esta cumbre urbana, que ha sido hito significativo desde tiempos pretéritos, durante la oleada migratoria en la ciudad de los años 60 y 70 se construyó un conjunto de barrios de barracas. Aprovecharon los espacios aún libres, en fuertes pendientes y materiales precarios para construir moradas temporales que fueron perpetuándose y que en este lugar llegaron hasta las puertas de la fiesta olímpica en 1991. Lugares en toda la ciudad sin servicios ni calles, lugares de fuerte solidaridad frente a la precarización, que por suerte fueron sustituidos por viviendas dignas y nuevas oportunidades. Son aún visibles rastros de muros y pavimentos que quedan sobre el terreno. La fuerte lucha social que los hizo desaparecer, ha continuado con el fin de señalar de manera justa su memoria. Homenajes, placas explicativas e incluso la creación de un espacio del Museo de Historia de Barcelona que mantiene un lugar permanente de explicación y de documentación de este cerro.

La evolución actual de la ciudad con su deriva turística, ha hecho que este sea un lugar preferente para los visitantes jóvenes que llegan a la ciudad. Ver la ciudad desde esta altura privilegiada se ha convertido en una atracción turística que ya sale en todas las guías. Es un mirador excelente para contemplar la ciudad, como también sucede con las colinas del parque de Madrid.

Otro elemento que se suma a las coincidencias y que nos han hecho recorrerlos en paralelo, es que aquí se está definiendo uno de los parques principales de la ciudad de Barcelona. El Parc dels Tres Turons, que está en constante controversia para buscar su identidad. Nos lo explica muy bien el paisajista Rafael Balanzó que nos acompaña. Aun consideramos que un parque urbano debe imitar una naturaleza virgen sin intervención ni presencia humana. Así se imaginan zonas naturalizadas al margen, supuestamente libres de influencia en unos entornos urbanos, que son por otra parte de alta densidad. Necesitamos cambiar el modelo y entender que es precisamente la presencia humana la que necesitamos. Una presencia comprometida en el cuidado y vigilancia de nuestros espacios libres y naturales. Así lo hemos descubierto desconcertados durante el confinamiento de la pandemia, necesitamos unos espacios saludables y naturales en nuestro entorno para preservar nuestra salud vital, relacional y emocional.

Para cerrar el recorrido simultáneo, Carlos nos pone la canción “Vengan a ver” del cantante Luís Pastor que vivió en el barrio y glosaba las maravillas que tenían en el barrio en un ejercicio inteligente de inventario de deficiencias. Y ciertamente, las hemos venido a ver y nos quedamos satisfechos de reconocer la riqueza de lucha y experiencia que hemos encontrado.

Como una posible conclusión nos permitimos reclamar el valor de los parques urbanos como uno de los modelos vivos de relación compleja que nos pueden ayudar en estos momentos. No de imaginarios idealizados sino como receptáculos a la vez de salud cumplida y de memoria social consolidada. Así sucede en el parque del Cerro del Tío Pío, donde tenemos el parque que nos da la salud vital y relacional como superficie de una memoria social que custodia los escombros de lo que fuimos y que aún somos.

Construir – enderrocar – construir-nos.

Crònica ATP Way out #2 Cerro del Tío Pío, Madrid – Turó del Carmel, Barcelona

Hi ha llocs que per a reconèixer’ls cal desfer la seva història. Realitzar un exercici que faci retrocedir els fets que els han configurat i mostri les situacions essencials que el condicionaren i que ara no veiem. Múltiples capes de transformació els afecten i ara es mostren amb un caràcter amable, amb uns usos domesticats que allunyen qualsevol vinculació a conflictes i dificultats manifestes. Aquests conflictes, malgrat els esforços per oblidar-los cal que es mostrin d’alguna manera. Encara que no els volem veure continuen afectant-nos en la nostra consciència i fins i tot en les sensacions que experimentem en aquests indrets. Superar les dificultats i els conflictes és necessari i en resulta un símptoma de salut social, oblidar-los o ignorar-los és quelcom que no ens ho podem permetre. Moltes dinàmiques urbanes ens imposen l’oblit, la clausura de qualsevol conflicte passat o present. La pacificació neutra de la identitat es fa imprescindible per a les polítiques que ens volen només com a consumidors o ciutadans dòcils. La construcció d’una identitat saludable precisa de ferides curades, però visibles. Demostren que conservem la memòria dels cops i exercim la força pròpia per a superar-los.

Estem al barri de Puente de Vallecas a la zona sud de Madrid, una àrea densa i dinàmica en diversitat cultural. Un exemple de la riquesa que aquesta gran metròpoli congrega, persones vingudes de totes les parts del món que s’acomoden com poden a una ciutat dura i socialment segregadora com poques. A la zona del sud de Madrid aquesta diversitat cultural se superposa a una història social, rica en oposicions, en lluites. Avesada en superacions enfront de un model burgès i classista que controla els aparells de l’estat, però no els designis d’una ciutadania lliure que ha lluitat per a cada petita o gran conquesta. És això el que coneixerem avui i ho fem guiats per Carlos Ruiz Balaguera, artista sensible i compromès amb el treball de fer de la creació col·lectiva i comunitària l’exercici d’articular l’art en el lloc on vivim. Ho fa per consciència i continuïtat amb una tradició pròpia, la que ve de l’Escuela de Vallecas d’Alberto Sanchez i Benjamín Palencia, i arriba fins a la consciència de la creació popular gestada als barris de la precarització dels 50 als 80, i resisteix l’especulació desfermada del present.

Visitem amb ell el Cerro del Tío Pio, que és ara un parc urbà cuidat i de topografia accidentada. Hi veiem fins a 7 turons voluminosos -las 7 tetas, com les anomenen els veïns- que no són només un recurs paisatgístic. Aquests modelats turons corresponen a l’apilament de la runa resultat de l’enderroc del barri de xaboles que es va assentar en aquest lloc. Fou el lloc de realització personal de multitud de persones que arribaren a la ciutat buscant feina i recursos que no trobaven en els indrets on van viure. Un èxode del camp a la metròpoli alimentat pel creixement desmesurat de la capital que el franquisme va propiciar. L’exercici de l’habitabilitat mínima que les situacions de pobresa extrema permetien, van consolidar aquest barri informal segon la regla oficial urbana, però imprescindible per a la necessitat de les persones que el van ocupar i també construir. Una implicació d’autogestió lligada a la necessitat i suportada per una forta complicitat comunitària. El barri que no es podia rehabilitar, va desaparèixer a inicis dels anys vuitanta ja en la democràcia municipal. Fou el resultat de la forta lluita veïnal i d’una consciència de classe la que va forjar unes condicions més dignes de vida, amb la conquesta dels serveis necessaris compartits. Els que acaben fent de la ciutat una construcció col·lectiva, quelcom més que una suma de propietats individuals autònomes.

En paral·lel a Barcelona, resseguim exactament la mateixa història en el turó de la Rovira. En aquest cim urbà, que ha estat fita significativa des de temps pretèrits, durant l’onada migratòria a la ciutat dels anys 60 i 70 es va construir un conjunt de barris de barraques. Van aprofitar els espais encara lliures, en forts pendents i materials precaris per a bastir morades temporals que van anar perpetuant-se i que en aquest indret van arribar fins a les portes de la festa olímpica l’any 1991. Indrets a tota la ciutat sense serveis ni carrers, llocs de forta solidaritat enfront de la precarització, que per sort van ser substituïts per habitatges dignes i noves oportunitats.Els rastres de murs i paviments que resten sobre el terreny són encara visibles. La forta lluita social que els va fer desaparèixer, ha continuat per tal d’assenyalar de manera justa la seva memòria. Homenatges, plaques explicatives i fins i tot s’hi ha creat un espai del Museu d’Història de Barcelona que manté un lloc permanent d’explicació i de documentació d’aquest turó.

L’evolució actual de la ciutat amb la seva deriva turística, ha fet que aquest sigui un indret preferent per als visitants joves que arriben a la ciutat. Veure la ciutat des d’aquesta alçada privilegiada s’ha convertit en una atracció turística que ja surt a totes les guies. És un mirador excel·lent per contemplar la ciutat, com també succeeix amb els turons del parc de Madrid.

Un altre element que se suma a les coincidències i que ens han fet recorre’ls en paral·lel, és que aquí s’està definint un dels parcs principals de la ciutat de Barcelona. El Parc dels tres turons, que està en constant controvèrsia per buscar la seva identitat. Ens ho explica molt bé el paisatgista Rafael Balanzó que ens acompanya. Encara considerem que un parc urbà ha d’imitar una natura verge sense intervenció ni presencia humana. Així imaginen zones naturalitzades al marge, suposadament lliures d’influència en uns entorns urbans, que són per altra part d’alta densitat. Ens cal canviar el model i entendre que és precisament la presència humana la que necessitem. Una presència compromesa en la cura i vigilància dels nostres espais lliures i naturals. Així ho hem descobert desconcertats durant el confinament de la pandèmia, necessitem uns espais saludables i naturals al nostre entorn per a preservar la nostra salut vital, relacional i emocional.

Per tancar el recorregut simultani, Carlos ens posa la cançó “Vengan a ver” del cantant Luís Pastor que va viure al barri i glossava les meravelles que tenien al barri en un exercici intel·ligent d’inventari de deficiències. I certament, les hem vingut a veure i ens quedem satisfets de reconèixer la riquesa de lluita i experiència que hem trobat.

Com a una possible conclusió ens permetem reclamar el valor dels parcs urbans com un dels models vius de relació complexa que ens poden ajudar en aquests moments. No d’imaginaris idealitzats sinó com a receptacles alhora de salut acomplerta i de memòria social consolidada. Així succeeix en el parc del Cerro del Tío Pío, tenim el parc que ens dóna la salut vital i relacional com a superfície d’una memòria social que custodia els enderrocs del que vam ser i que encara som.